Pasamos Guelatao, el camino, atrás, se iba quedando abajo, detrás de varios cerros. Yo recordaba mucho, pensaba en cómo era antes. Me acuerdo cuando nos reuníamos y nos arrastrábamos de panza, torciendo el cuerpo o levantando las nalgas rítmicamente. Hacíamos como animales y nos veíamos las caras cansadas con tierra y mocos. Nos íbamos por la colina dando vueltas hasta vomitarnos las manos, hasta vomitar por los ojos. Así era que nos reuníamos a gritar como méndigos changos o brincar como ranas hasta casi cagarnos.
Ahora llegábamos al pueblo, amodorrados. Fuimos a comer y nos empacamos, sin compasión, una carne y una cheve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario