Ixtlán de Juárez
La mística evaporación
que por entre las callejuelas empinadas
acompaña a las mujeres del rebozo
en su caminata,
me ha llenado la mirada
con un ir sin vuelta,
sin llegada.
He estado, antes,
aún antes
que el pájaro de los cien vuelos
llegara a vivir en mi casa,
mucho antes
de prender la fogata en el cerro;
visitándote,
habitándote pueblo del camino.
He estado sobre las gradas verdes,
junto al bolero,
escribiéndote.
Una torre cuadrada, extraña,
se levanta, emerge;
detrás el templo de los tejados rojos
que guarda a la mujer de los tiempos.
La expectación del morral,
el árbol petrificado,
la escurrida tinta triste
con que hablo.
Nadie pasa por sobre mi
asombrada vista.
Me voy quedando tan vacío
como el campanario,
hueco como la campana,
sonoro.
De los hombres que te buscan
no se sabe mucho,
los desconozco.
¿Siempre hay águilas?
Tres, dos, un águila volando
sobre el templo y
se
va.
He de escribir, perpetuo,
sobre el andar,
he de estar, por siempre
en la partida,
yéndome.
No espero,
busco,
ca
mi
no.
La existencia de la conducta de acción
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